Composición para cuatro manos, por Aliana Alvarez Pacheco y Silvia Gómez Giusto
BOLETIN #9
Cuando escribimos en soledad todo empieza como un merodeo por la cabeza, se inicia un circuito mental que atraviesa cualquier situación cotidiana hasta que algo arde en las manos y necesita trasladarse a un cuaderno, a un ticket que tengamos cerca o al maravilloso drive.
S: La última vez que ardieron las manos fue un sábado después de meter un lavado de ropa clara, rastrillar hojas, cocinar el almuerzo, recibir muchos stickers de perritos de Carlos, -el vecino de enfrente-, y contestarle con el único sticker de perrito que tengo. Fue después de eso, no, perdón, precisamente fue abriendo una naranja, ahí cuando el gajo se desprende de la cáscara, que apareció la inminencia de iniciar una nueva hoja en blanco. Esta fue la última ruta que tracé y la verdad es que uno nunca sabe cuál va a ser el último peaje hasta llegar al lugar en que una historia se empieza a contar.
A: La última vez que ardieron las manos fue un viernes a la noche después de bañar a Gala, de secarle el pelo mientras ella les cantaba a sus peluches; después de leer por vez cien el cuento de “Héctor, el hombre extraordinariamente fuerte”, el hombre más fuerte de un circo que ama secretamente tejer a crochet; después de bajar las luces, de hacer silencio y mantener el ritual de sentarme al lado de Gala y acompañarla hasta que llegue el sueño. Fue ahí, en ese momento de tiempo suspendido y justo antes de que mi hija se duerma, que apareció el impulso, la necesidad de escribir en lo único que tenía a mano: mi teléfono celular. No es la primera vez que me pasa, desde que soy madre las notas de mi teléfono se volvieron mi borrador preferido. Creo que es en la repetición de esa rutina diaria, muchas veces agotadora, donde algo nuevo encuentra su camino y, por fin, se libera.
S: Pienso que escribir juntas “Un paisaje para mí” fue una convivencia creativa y de lugar, porque ese merodeo del que hablamos empezó en un espacio, un Museo. Y cuando trabajamos juntas, siempre componemos sobre escenarios donde no los hay.
A: Es verdad. Nos gusta hurgar en lugares hasta volverlos nuestro escenario, trazar un mapa imaginario en el paisaje.
S: Escucharlo.
A: Y después, la mano de una aguarda que la mano de la otra toque la nota necesaria para que suene la pieza.
S: No sé si alguna vez te conté que en el 84’ aprox, con el regreso de la democracia, mis papás me llevaron a unas Jornadas Comunistas en Parque Sarmiento con artesanos y personalidades de la cultura y el deporte de la Unión Soviética. De esos días guardo un vestido de bambula rosa que nunca usé. Y también guardo una escena infinitamente hermosa: la de una gimnasta búlgara haciendo su rutina de cinta en un pileta olímpica vacía del Parque, un acordeonista sentado en la escalerita de la pile la acompañaba. Creo que ahí nació mi fetiche por ver en cualquier lugar, un posible escenario, o mis ganas de usarlos de manera impropia.
A: Busco en mi archivo pero no encuentro dónde nació en mí este fetiche que compartimos. Tu recuerdo me maravilla no sólo por la imagen, que me parece de una belleza absoluta, sino por el detalle tan vívido de tu relato. Desde muy chica siento que los recuerdos se me escapan, tal vez por eso escribo. Quizás por eso también, cuando nació Gala, le abrí una casilla de mail propia y desde hace 4 años y medio le mando correos de manera esporádica. El contenido es completamente aleatorio: desde preguntas geniales que me hizo, como: “Mami, ¿por qué no puedo volar?”, a la vez que estuvo internada a sus 3 meses y del miedo yo me desmayé y me partí la cara, o la fascinación que le producía ver caer las hojas en otoño cuando ella solo tenía unos meses. Escribo esto y pienso que en las últimas vacaciones también le compré postales y estampillas para que les mande a sus amigos del Jardín.
A: Nuestra próxima obra debería ser en una oficina de correos.
S: ¡Sí! Después de todo, y aunque hoy sea a través de mensajitos de whatsapp, escribir la obra para nosotras tiene una constante relación epistolar. Algo que no me acuerdo si te lo dije, pero una cosa que aprendí de vos en esta convivencia, es cómo sabés aguardar la pieza, traer paciencia cuando las manos no arden o la ruta que elegimos parece estar hecha percha. Agradezco que podamos esperar juntas y en silencio hasta que suene la siguiente nota.
A: Yo admiro tu arrojo para empezar a escribir cuando nos sentimos perdidas, tu capacidad inagotable de generar imágenes y el entusiasmo que manejamos juntas cuando entramos en sintonía de creación. ¡Que siga la música!
S: PD: Dejo esta nota que quizás sirva para nuestra próxima composición. Mientras la escribo me doy cuenta de que vuelve la imagen de una pileta y de la acción impropia en un lugar. Pero está escrita con la afilada mano ardiente de Lorrie Moore, mirá: “Se debe arrojar todo lo que se es al lenguaje, como un árbol de Navidad arrojado a una piscina. Se debe escuchar y avanzar, oración por oración, oyendo lo que sigue en la propia historia: y eso puede ser un poco enloquecedor. Puede ser como intentar entender un susurro en idioma extranjero: ¿dijo je t’adore o shut the door?”.
PARA VER
We are who we are, de Luca Guadagnino
Escrita y dirigida por el director italiano que llevó al cine la novela “Llámame por tu nombre”, la trama de esta serie es casi un oxímoron: un grupo de adolescentes intentando descubrir su propia identidad en una base militar estadounidense de un pueblo perdido de Italia. Las actuaciones son maravillosas, y en el medio -como hilo conductor- aparece la música como refugio, con una banda de sonido deliciosa creada por el músico británico Blood Orange. Se puede ver en HBO Max.
PARA ESCUCHAR
Wiser than me, por Julia Louis-Dreyfus
La actriz Julia Louis-Dreyfus lleva adelante este podcast de entrevistas a mujeres más grandes y más “sabias” que ella. Un aviso: hay que entender inglés para poder escucharlo, pero las charlas son lúcidas y divertidas. Julia es una entrevistadora empática que lleva el hilo de la conversación de un modo fluido hacia lugares de mucha intimidad casi sin que nos demos cuenta. Recomiendo en particular su conversación con Isabel Allende.
PARA LEER
La ciudad y la casa, Natalia Ginzburg (Lumen)
Retomando la cuestión epistolar, esta es una de mis novelas favoritas. Acá el relato avanza exclusivamente a través de las cartas que se envían los personajes -padres, hijos, amigos y amantes- entre distintas ciudades de Italia y Estados Unidos. En una entrevista, ella cuenta que quería escribir en primera persona pero con múltiples matices, y que las cartas justamente le permitían eso: en vez de un solo “yo” que narra a los otros y se narra a sí mismo, el uso de muchos “yo” que narran.
Dos damas muy serias, Jane Bowles (Anagrama)
Es mi novela de cabecera. La leí unas tres veces y siempre vuelvo a buscar algo en esos personajes femeninos que buscan ser ellas de una vez por todas. Complejas, incómodas, lanzadas y escritas con un humor más que sutil. Abajo dejo una de las cartas que cuentan esta historia. La biografía de ella y en edición de bolsillo completa la recomendación de arriba y el singular mundo de una autora y su época.
RECUERDOS
(S:) Hubo unos años en que en la calle Hipólito Yrigoyen la disco, teatrito y también restaurante el Morocco marcaba la noche porteña. Ahí tuve uno de mis primeros trabajos como bailarina, un show mínimo, con todo el glam que podíamos meterle y que hacíamos con Andrea Servera y Valeria Narvaes después del gran show de la noche que eran Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. Me guardo millones de momentos de esas noches pero ahora agarro esos minutos de esperar en el camarín, o detrás de un teloncito mínimo, ya montada con algún vestuario provocativo de peluche o de paillettes mientras esas dos poetisas geniales lo alteraban y desgarraban todo.
OCTUBRE
El 28 de octubre de 1972 sale TALKING BOOK de Stevie Wonder. Con 22 años le regala al mundo, por ejemplo, You Are The Sunshine Of My Life. Este disco, como todos los de él, tranquilamente podría tener su efeméride.
LO QUE VIENE
¿Recordamos lo que queremos? ¿Descartamos lo que no podemos llevar? ¿Copiamos el recuerdo que tejió otro con punto fantasía porque es mucho mejor que el recuerdo propio? “Lo tejió la Juana”, de Ignacio Sánchez Mestre, hace de la familia un amoroso acolchado de patchwork en el que cada miembro podría ser uno de esos cuadraditos tejidos obligados a convivir con los otros y formar una hilarante y compleja unidad. Un acolchado confeccionado por madres y padres que amamos, odiamos y -también- tememos ser.