Este no es un año cualquiera. Este año me trajo dos mudanzas, una obra, el final del jardín de mi hija mayor y la llegada al mundo de Miranda, mi segunda hija.
Miranda nació en diciembre, dos días después de la asunción presidencial. Me aferré a su nacimiento como a un salvavidas en medio de un naufragio. En esos primeros días, el mundo exterior parecía no existir o al menos borronearse. Las noticias llegaban pero era como si no las escuchara. Las primeras semanas, maternar era como estar en una isla en un mar desconocido.
En ese tiempo inaugural de calor y confusión, un dúo de artistas canadiense me contactó para crear un proyecto en colaboración. No nos conocíamos mucho pero el interés por trabajar juntos era mutuo. Conversamos un par de veces y lo único que acordamos es que nuestro eje de trabajo sería los humedales. Así de inmenso, así de inespecífico.
Buscando alguna pista para ese camino, retomo un libro que empecé hace un tiempo: La invención de la naturaleza, un recorrido por los viajes de Alexander Von Humboldt por Centroamérica. Me entretengo leyendo sobre su amistad con Goethe, los experimentos con animales y sus paseos por el pueblo de Jena, la usina cultural en la Alemania del siglo XVIII.
Por su volumen, leerlo entero es un proyecto inabarcable en este momento, así que lo leo como se lee el I-Ching, esperando que funcione como un oráculo que me guíe en esta nueva creación. Pero la verdad es que me siento perdida y un poco cansada, porque en el medio yo no duermo: mis hijas me despiertan 1, 2, 3, 5 veces por noche y las peripecias de Humboldt por las montañas sólo aumentan mis ganas de irme.
En esos días insomnes, mi pareja me regala Un trabajo para toda la vida, la crónica de Rachel Cusk sobre su experiencia de ser madre. Un ensayo crudo y por momentos desopilante por el que Cusk fue acusada, entre otras cosas, de odiar a los niños. Leerlo me resulta un bálsamo porque describe tal cual la ambivalencia que viví con mi primera maternidad, y que en esta segunda vuelta trato de atravesar de un modo más liviano. Una mezcla de deseo por volver al mundo tal como era antes y una transformación subjetiva tan potente como inaprensible. Dice Cusk: “Lo único que tengo claro en este instante es que me he reproducido como una muñeca rusa. Salí de casa siendo una y vuelvo siendo dos”.
Nunca lo había pensado, pero la palabra parto encierra en sí misma el sintagma de un viaje posible. Para parir hay que partir, o mejor dicho, hay que poder partirse un poco. Hacer lugar para que aparezca aquello que hasta hace muy poco no existía. Y la transformación que acontece es tan radical como esos viajes que cambian nuestra forma de estar en el mundo para siempre.
La primera vez que emprendo un viaje completamente sola tengo 20 años. Cruzo la cordillera en avión rumbo a Chile sin mucho más plan que llegar, en algún momento, al Desierto de Atacama. Tengo tantas ganas, pero también tanto miedo, que vomito en el baño del avión mientras cruzamos los Andes. Vengo de una etapa compleja atravesada por una melancolía adolescente. Todavía no encuentro un lugar que sienta propio, así que guiada por un impulso decido irme de viaje sola. Y sucede algo extraño, nunca estoy sola. Recorro Viña del Mar con Emma, una australiana a la que todos confunden con Sabrina, la bruja adolescente; viajo por La Serena con Souria, una suiza de madre argelina y pelo mota que, como Humboldt, quiere estudiar Geografía; y llego al desierto con Bernhard y su hermano, unos austríacos con los que escuchamos 99 balloons antes de que a las doce se apague la luz en toda la ciudad. El mundo se despliega ante mí como un campo de posibilidades y mi forma de habitarlo cambia.
El año sigue su ritmo y el proyecto con los canadienses finalmente entra en una pausa. Tenemos que construir un lenguaje común y eso lleva tiempo. Un poco lo agradezco, sé que avanzará cuando yo esté más permeable o, probablemente, mejor dormida. Mi parámetro del tiempo en este momento es otro. A sus 4 meses y medio, Miranda aprende a rolar. Se pone panza abajo y apoya sus dos manos en el piso. Ya no es todo techo, ahora puede sostener la cabeza y ver lo que está delante y debajo de ella. A sus 9 meses, gatea y entonces el espacio se vuelve tridimensional. El mundo se le presenta desde un nuevo punto de vista y sus ganas de conocerlo son contagiosas. Tengo la suerte de ser testigo de esa transformación y en ese movimiento, mi forma de estar en el mundo se renueva, otra vez, con ella.
PARA VER
Me gusta mucho ver comedias y es un género difícil, porque cuando algo falla en el guión o la actuación, la comedia inevitablemente cae. Hacks no solo funciona, sino que probablemente sea la mejor serie de comedia que vi en los últimos años, sostenida por dos actrices brillantes y un guión perfecto que se ríe de la comedia dentro de la comedia. Jean Smart como la diva legendaria Deborah Vance es simplemente maravillosa.
EN LA WEB
Malena Rey es editora y periodista cultural y en su newsletter mensual El hilo conductor, nos regala recomendaciones preciosas para ver, leer o escuchar. La idea es simple: en cada envío hay un tema que atraviesa la deriva y, como una experta costurera, Malena hilvana sugerencias de libros, obras de arte, canciones y películas. Vale atesorarlas para esos días en que no sabemos qué leer o escuchar.
PARA ESCUCHAR
Esta web -radio online ficticia- es un experimento que desarrolló hace algunos años Nicolás Jaar, artista y músico chileno nacido en 1990. En el casillero central hay que poner un número aleatorio entre el 0 y el 333, y después dejarse sorprender por lo que aparezca: desde sonidos de sirenas o una bandera flameando, hasta fragmentos de entrevistas o un remix de una canción de The temptations.
PARA LEER
Ariana Harwicz escribe con imágenes, con una potencia y pulsión que desbordan las páginas. Durante años evité su literatura por miedo a enfrentar la sordidez, pero esta novela me atrapó desde las primeras líneas y no pude soltarla hasta el final. Los personajes son esquivos, oscuros, incómodos y sin embargo es tan fuerte la urgencia y el deseo que transmiten que no podemos dejar de seguirlos. ¿Qué no haría una madre para recuperar a sus hijos?
RECUERDOS
Secreto y Malibú, de Diana Szeinblum
Siempre me gustó bailar, aunque tardé bastante en llegar a la danza como espacio de expresión. De chica, con mi hermana corríamos los muebles del living y bailábamos entero el cassette True Blue de Madonna. Pasaron muchos años hasta que volví a bailar así, con esa alegría que se sale del cuerpo. Fue en el Rojas, a principios del 2000 y en unas clases de danza e improvisación que daba Leticia Mazur al mediodía que eran una fiesta. En ese momento, Leticia junto a Diana Szeinblum e Inés Rampoldi estrenaron Secreto y Malibú, una obra con un universo tan propio, tan distinto, que dejó una huella imborrable en mí a nivel estético y de movimiento. No había palabras, el hecho escénico trascendía la danza. La música movía los cuerpos en un espacio casi cinematográfico y era imposible no quedar capturada.
NOVIEMBRE
Este mes se festeja el día internacional del Teatro en Argentina: se conmemora la fundación del Teatro de la Ranchería el 30 de noviembre de 1783. En esa época, el teatro en prácticamente todos sus roles -incluidos los personajes femeninos- era cosa de hombres. Celebremos, entonces, el día del Teatro construyendo un hacer que nos incluya a todes por igual.
LO QUE VIENE
El año se termina y se acerca una nueva oportunidad para encontrarnos, compartir e intercambiar sobre aquello que nos une. Qué alegría que en este año tan complejo hayamos sostenido entre todos un proyecto soñado como es Paraíso. Qué alegría que podamos multiplicar las obras, acercarnos a nuevos públicos y que cada vez seamos más. Qué alegría volver a vernos y seguir construyendo entre todxs este espacio de deseo que es nuestro Club. ¡Gracias por ser parte y nos vemos en la Asamblea!