FLASHES
Antonio Villa nació en Pico Truncado en 1988 y creció en Esquel. Hijo de una artesana, las artes y la vastedad patagónica forman parte de su sensibilidad. Estudió teatro en Mendoza en la Universidad Nacional de Cuyo; en Buenos Aires se formó en Dramaturgia en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático y fue Becario del Programa de Artistas 2018 de la Universidad Torcuato Di Tella, además de participar de talleres particulares. En esa diversidad de territorios y disciplinas su trabajo se centró inicialmente en la dirección y la actuación teatral para expandirse hacia la dramaturgia, la escultura, la instalación, la curaduría y la performance. Trabajó en México, Estados Unidos y Suiza, entre otros países. Antonio Villa, más conocido como Beto, es hoy una figura radiante del arte contemporáneo argentino, dirige la galería Constitución del barrio de La Boca, cura y expone en Argentina y el extranjero, dirige la colección de dramaturgia argentina Gallinero para Rara Avis Editorial y monta espectáculos en los que la ficción convive con la performance mediante una actuación de extrema formalidad.
La guerra es un territorio poco visitado por la dramaturgia nacional. Desde un punto de vista histórico, las referencias a conflictos bélicos se han ocupado de la llamada guerra del Paraguay y la más reciente contienda por la soberanía de las Islas Malvinas. He aquí una de las particularidades de “Paz”, una obra que Antonio escribió en 2020 en el contexto de la pandemia de Covid-19, en la que la guerra no tiene un enraizamiento en la historia nacional ni mundial sino que aparece como contexto, marco, situación. En la pieza, una fotógrafa argentina, interpretada por Laura Paredes, se desplaza por el territorio del conflicto rastreando imágenes, sonidos y experiencias como forma de ganarse la vida. Las atrocidades de la guerra se presentan como un estado de cosas, un territorio extranjero que se habita y narra con la distancia de una turista. La deuda de la narración no es histórica sino humana, social, poética, política. El afecto de la voz de la protagonista, distanciada de los hechos feroces que presencia, nos enfrenta a un estado perceptivo disociado (¿realista?) y nos liga con una percepción del presente. La guerra no es algo que pasó, la guerra es ahora, en cada lugar y en cada cuerpo, aunque no tengamos ya, quizás, capacidad para percibirla.
“La Fotografía y el mundo del que forma parte según dos regiones: por un lado las Imágenes, por otro mis fotos; por un lado la indolencia, el pasar de largo, el ruido, lo inesencial (...); por el otro lo candente, lo lastimado”, afirma Roland Barthes en 1979 en su libro “La cámara lúcida” y plantea una creencia fundamental que la fotografía despierta: esto ha sido. Una fotografía es una evidencia. “Contemporánea del retroceso de los ritos, la Fotografía correspondería quizás a la intrusión en nuestra sociedad moderna de una Muerte asimbólica, al margen de la religión, al margen de lo ritual, como una especie de inmersión brusca en la Muerte literal”. En la obra de Villa, la muerte parece ser un estado indisociable de la vida, la muerte es una desconexión sensible total en la cual la contemporaneidad nos envuelve.
El peso de la primera y la segunda guerra mundial en las artes ha sido capital. Hemos estudiado relaciones, heridas e intersecciones que dichas guerras abrieron en la historia del arte occidental. Entonces, pisando el final del primer cuarto del siglo XXI y desde Argentina, la pieza de Antonio Villa lanza una pregunta sobre la paz. ¿Dónde está la paz? ¿Qué sería hoy estar en paz? ¿Qué buscamos, en qué pensamos, cuando deseamos paz? ¿Qué caminos hacia ese estado podrían recorrerse? ¿Es la paz un estado posible de habitar?
PIEDRAS
De visita a un ensayo de “Paz”, viajo a La Boca y veo a Antonio Villa y Laura Paredes trabajar. También al equipo que les acompaña: asistente, iluminadora y sonidista. Antonio se acerca al cuerpo de Laura, la ronda, la acompaña, la marca de cerca. Avanzan, se detienen, se ríen. Como en sus trabajos anteriores (“Chongo triste” en el Teatro Cervantes, “Alwe” en el sótano de la primera galería Constitución, o “El convite” en una habitación de La Casona iluminada) el espacio es materia significante, herida, viva. Villa parece esculpir en el tiempo haciendo uso de diferentes materialidades puestas en relación. El gesto plástico de un brazo que exhibe a una mano como algo ajeno al cuerpo se vuelve repentinamente un chequeo del estado de higiene de uñas. Vemos de la escena su cambio de foco. La banalidad del llamado telefónico de un amor distante se actúa con afecto y expresión, el desmembramiento de un cuerpo o el estallido de una bomba como cosas sin importancia. El sonido de una pala contra una isla de piedras se amplifica en el centro de un teatro centenario en ruinas. El cuerpo de Laura Paredes se distorsiona con naturalidad, sus movimientos y detenciones la vuelven un ente extraño. Como las linternas que opera y delimitan lo visible, la actriz es humana y máquina, resonador y fuente de sonidos, una materialidad que se ilumina u oculta para ser exaltada en instantes que Villa selecciona y suspende. La pieza se constituye como una sumatoria de fotografías o esculturas vivas que narran, a la par que las frases del texto, como balas, en su acumulación.
SOMBRAS
La semana pasada en Villa Crespo, de camino a un teatro con una amiga, un hombre nos intercepta. “Esta es inglesa”, dice, “es una inglesa original esta”. Se refiere a mi bicicleta, una rodado 29 de cartero antiguo estilo, efectivamente, inglesa. “Disculpen, yo soy veterano”, dice, aclara algo sobre el regimiento al que pertenecía y cuenta que al desembarcar en Malvinas le tocó tomar la secretaría de comunicaciones de la isla. “Había cuatro de estas, iguales”, dice, “estaban impecables y los gringos no las querían largar. Estas no, decían, y nosotros que qué estas no, estas sí. Claro, eran valiosas para ellos, eran de los carteros, no sabés como las querían”. Los ojos le brillaban; tenía una cerveza en la mano y su conversación era amable, nos quedamos escuchándolo un poco más. “Disculpen”, nos decía, “pero la vi y dije esta es inglesa original. La veo y las veo, igualitas, igual”. Pensé en las fotos, en la memoria, en el cuerpo y en el modo en que la guerra y sus efectos se dispersan por el terreno actual de la sociedad. Pensé en una serie de hombres argentinos de, ahora, unos sesenta años, que tienen en la guerra una serie de imágenes con las que miran el mundo, la gente pasar. Pensé en sus familias, amores, desdichas. Nos despedimos deseándonos buenas noches y seguimos nuestros caminos en paz.