Escribo mirando el lago Futalaufquen. Hace diez meses que no venía, algo que para mí es una barbaridad, también hacía bastante no estaba acá y solo, mirando cómo el sol da la vuelta, refleja en el agua hasta encandilar, y desaparece detrás de la montaña. Ahí todo se pone verde, celeste, de a poco azul. Conforme pasan los años y envejezco, vuelvo acá y me siento un absurdo si pienso en arte, en crear, o en cualquier cosa que pueda alejarme de este paisaje, que me haga desenterrar los pies de las piedritas redondeadas que visten esta costa. Y querría dedicarme a aprender los ciclos de esta naturaleza, no más. Siempre digo que no creo en el talento ni en la inspiración, pero hoy me siento inspirado y me creo talentoso, doy vergüenza. Veo estas montañas, el lago manso planchado que el viento levanta y pica, y me siento un narcisista ridículo. ¿Por qué esto no me hace feliz?, anoto en mi cuaderno. ¿Por qué no me quedo acá, a vender plantas como mi amigo Tuti o a hacer artesanías como siempre se hizo en mi familia y dedico el tiempo a contemplar? A vaciar un poco esta cosa tan saturada en que se convirtió la vida, no sé. Y así como lo pienso, pierde sentido y me vuelvo un romántico del arte que quiere hacer todo, aprender todo y pelear contra sí mismo. Contra el destino modesto que la pobreza y la lejanía prodigan. No sé, estando acá me siento un chico de la ciudad que se pretende del mundo. Me acuerdo de un pasaje de San Agustín que elegí como texto para una muestra de teatro acá en Esquel, cuando iba a la secundaria. Decía algo como “con mi exceso de vanidad, me comportaba como un hombre de mundo que frecuenta los lugares elegantes que están de moda”.
Hablo de esto porque creo que hablando de esto hablo de crear. Para mí el ser artista, o ese tipo de artista que me figuro yo, implicó huir, arrepentirme y titubear, y desclasarme un poco también, ser un traidor de mi casa y mi paisaje. Cuando vuelvo a la calle de mi infancia, al diario de mi economía familiar, a la montaña pegada al cuerpo, al frío inhóspito y el cielo insondable, me siento camaleónico, disfrazado, distante. Es raro. Soy un chico de ciudad medio cheto de repente, que viene a querer tomar un rico café en el pueblo. Y se pasea con la computadora en la mochila buscando un lugar con buen internet para escribir, para revisar su correo. Mi familia me da amor y me da vergüenza. Esta paz me llena de ansiedad y siento a la gente lenta, cero expeditiva, aplanada.
Quiero imaginar más y mejor, pienso, y también pienso que soy un esclavo de mí mismo y que no puedo parar de estar en una todo el tiempo. ¿Qué tanto? ¿Busco afirmación? ¿Reconocimiento? ¿Plata? Me cuesta vincularme con la gente si no estoy trabajando y por eso hago Paz. Porque quiero ser amigo de Chachi, pero no me alcanza con tomar unos mates y conversar. Y así me alcanzara, seguro no me haría el tiempo para eso, porque prefiero producir.
Mientras escribo escucho un disco que cuando salió en 2009 me impactó y al que siempre vuelvo cuando necesito ubicarme un poco en algún lugar sensible. Estoy leyendo poco y desorganizado, y siento que las referencias para esta pieza no sirven, que necesito no ver, no leer, encerrarme en el teatro de mi barrio a pensar. A ensayar, que es probar cosas y fracasar y aprender a vivir con eso. Es lo mejor del teatro: que es una práctica del fracaso, del perder, del intento. No sé qué irán a ver finalmente, pero sepan que en los ensayos pasa lo mejor, el fenómeno, algo exquisitamente mágico fenomenal que después tendrá que organizarse y construir código común con ustedes o quien lo mire, y fijar para repetir, que es como hacer todo de nuevo cada vez, re inventarlo.
Escribí Paz en pandemia porque me daba miedo la seguridad que me generaba el aislamiento, me conocí más huraño que nunca y creo que no pude volver mucho de ahí. Es una obra sobre la guerra, pero también sobre el desapego, sobre las emociones trabadas y lo difícil que es decir. Por eso es fúrica y tosca, torpe sobre todo. Sepan disculpar, en ese sentido y en medio de esta mierda de vida que nos propone este presente, traerles más sombra. No supe hacer otra cosa. También pensaba en la imagen, en qué es construir una imagen, o buscarla y qué sentido tiene. La fotografía me parecía un buen espacio para pensarlo, pero fuera del arte, en su función más ¿comunicativa?, algo así: el periodismo. También es la historia de alguien que se obsesiona y se aísla, medio como yo. Mi analista me dijo que un oficio es una forma de vivir, cuando le dije que, si no trabajo con la gente, la alejo. No sé qué quiere decir eso.
Ahora estoy volando de regreso a Buenos Aires, volviendo a la ciudad. También la guerra aparece porque siempre creí que este iba a ser un siglo muy violento, y así parece. También porque para nosotrxs, sur sudamericanxs, es una letalidad, por lo pronto, en la lejanía. Incluso las Malvinas: un allá, un campo de batalla tras un mar, otro cielo. Sin aviones sobre nosotrxs.
Al texto original lo modifiqué para deformar su paisaje y desterritorializar la guerra, volverla una generalidad. No soy alguien que tenga nada muy interesante que aportar. No suma afirmar las indignaciones que ya tenemos en común. Toda esa tristeza compartida. Da igual, donde sea la guerra es atroz y nos conduce a un final macabro y desolado. En el texto original el desierto ordenaba todo y había una referencia a medio oriente que tenía que ver con mi adolescencia y la guerra de Irak, que a un púber sudamericano le organizaba una idea de “la guerra es allá”, la imagen cliché de un conflicto eterno y lejano. Vivimos en un cono al final del mundo que conforme avanza hacia el sur se afina hasta desaparecer en una isla precipitada al antártico. ¿Ser del sur del sur, qué significa? Lo abstracto es la paz. La idea de paz es abstracta, nunca vista, un ideal paralizante. Paz a mi cabeza, paz en los vínculos, la paz de decidir sobre tu destino o de elegir tu comida. La paz de no escuchar tiros en tu puerta o la paz de saber que tu abuela come a fin de mes. En la marcha del 24 de marzo unxs putxs cantaban “qué vergüenza da, por una pizza reprimís a tu mamá”. Me pareció graciosa la brutalidad del canto, y creo que el tono de la protagonista de Paz al hablar tiene algo de eso, un acostumbramiento cruel que es un poco chistoso, al menos para mí.
PARA IR
Recomiendo fervientemente ver Kuitca 86, la exhibición individual de Guillermo Kuitca con curaduría de Sonia Becce y Nancy Rojas al Museo de Arte Latinoamericano MALBA. Una muestra de su pintura temprana, que rajó al medio el arte de ese momento, y nos regaló muchos indicios en relación a las conversaciones que el teatro y al pintura pueden.
RECUERDOS
Pompeyo Audivert en Mendoza
Habitación Macbeth, la adaptación de Pompeyo Audivert del clásico de William Shakespeare, es desde mi punto de vista lo más interesante que pasó en el teatro en los últimos años. Recuerdo en 2006, mientras estudiaba en Mendoza, ver las máquinas teatrales de Pompeyo Audivert dirigidas en esa ciudad por Juan Comotti, en el teatro Cajamarca. Ahí tomé clases, y recibimos también a Pompeyo, que venía desde Capital a darnos seminarios. Escucharlo hablar era hipnótico. Esa visión sombría, tanática y profundamente mágica de lo teatral, elaborada a partir de un sistema súper formal, me marcó. Creo que siempre dirijo pensando en eso. Esas clases creo que signaron un poco una sensibilidad y una perspectiva para mi como teatrista.
CAMPO REAL
Pasear por la costanera sur una tarde, desde Caminito, en dirección Avellaneda. Es una explanada de cemento, con pasto de un lado y el Riachuelo del otro. Galpones enormes, barracas de otra época y silos del otro lado, fábricas en desuso, un barrio inglés incendiado.
LO QUE VIENE
En mayo presentamos el estreno de Paz, una obra de Antonio Villa con la actuación de Laura Paredes en el Teatro José Verdi de La Boca.
Entre lo formal y lo sensorial, las obras de Antonio Villa hacen del teatro una experiencia que abraza y trasciende lo ficcional. Su narrativa es directa y áspera. En esta nueva creación, Villa trabaja sobre la relación entre el conflicto armado, la documentación y la vida cotidiana. Laura Paredes interpreta a una reportera gráfica que cubre una guerra lejos de su país; saca fotos, registra sonidos, sigue los movimientos del conflicto, documenta los desplazamientos de la gente y el paisaje y, cuando el conflicto se agrava, regresa a casa e intenta retomar su vida cotidiana. Una obra sobre la distancia posible o imposible con el dolor ajeno, sobre el cuidado de la vida en un mundo en crisis y las mil maneras posibles de representar y registrar aquello que está ocurriendo ahora. ¿Qué es construir una imagen del presente?
Las funciones serán en el Teatro José Verdi (Av. Almte. Brown 734, CABA), los días 8, 9, 10, 15 y 16 de mayo a las 20h, y el 17 de mayo a las 17 y 20h.
Quiero saber cuál era el disco!