Fragmento de una escena del telefilm “Entrenamiento elemental para actores”, que dirigí junto a Martín Rejtman en 2009.
Profesor: En el libro El mono desnudo, Desmond Morris establece relaciones entre comportamientos actuales del ser humano y comportamientos de los primates. Por ejemplo, la risa significa “Está todo bien” pero al mismo tiempo “Te puedo comer”. Por eso en la risa se exhiben los dientes.
Matías, un alumno, dice:
-No entiendo.
Profesor: No entendés y no aceptás esta idea porque usás aparatos de ortodoncia y nunca mostrás los dientes cuando te reís, por inhibición. Pasá al frente.
Esta escena la viví en una clase, en 1991, cuando tenía 16 años y recién empezaba a estudiar teatro. Existía la idea de la exposición bruta, vieja escuela, de la fricción y del terror psicológico, que funcionaba para movilizar y transformar (y trastornar). Yo era chico en un grupo de gente más grande. Estaba completamente fascinado y al mismo tiempo muy asustado.
Estuve cuatro años en ese taller de teatro y después cambié a otro.
El profesor nuevo, durante una improvisación grupal, me pide que me desnude y que pase a improvisar junto al grupo que estaba improvisando. Me desnudo y entro. Había una música clásica y muchas frutas y verduras circulando en la escena. En un momento varios me agarran y me transportan en brazos por el aire.
Cuando terminó la improvisación estaba con un estado de relajación increíble, de suspensión del tiempo… al día siguiente me enfermé y estuve tres días en cama con fiebre.
Otra improvisación, en el taller del primer profesor. Había decidido entrar borracho a improvisar. Antes de pasar tomé, en cinco minutos, más de la mitad de una botella de licor de menta. Tenía un sifón que había traído de mi casa y en un momento empecé a mojar a todos tirándoles chorros de soda; a mis compañeros que estaban mirando y creo que también al profesor. Cuando terminó la improvisación y estaban haciendo la devolución me quedé completamente dormido. Me despertaron al final de la clase.
Me acuerdo de muchos accidentes de actuación en la época en la que estudiaba. Actuar y lastimarse eran parte de la misma práctica. Había que atravesar experiencias extremas, porque si no no había verdad en lo que hacías. Creo que ese era el paradigma en la época en la que estudiaba teatro.
“El trabajo” dialoga con estas escenas, con este imaginario. Tiene que ver con los talleres que doy y con los talleres a los que asistí. La obra intenta convocar esa energía incontrolable del cuerpo que no mide, que no calcula, que prueba y experimenta sin límites.
Recientemente, ensayando la obra, tuve una serie de “accidentes” que me llevaron directamente a aquélla época, cuando empecé a actuar. Primero me abrí la frente cabeceando una estufa, después me lastimé la espalda y por último la rodilla. Me sorprendió volver a sentir lo que sentía cuando era chico al acariciar con orgullo mis lastimaduras, que eran como trofeos de guerra, pruebas de compromiso-valentía-verdad.
Un ejercicio que practicamos en los talleres que doy es hacer cosas arriesgadas-lanzadas y al mismo tiempo cuidarse, como si uno estuviese en rehabilitación. Aventurarse de manera cuidada. Creo que ese sería el desafío para mí hoy. Mi trabajo.
PARA LEER
Fragmentos de una enseñanza desconocida, de P. D. Ouspensky
Quería compartir este texto que suelo leer en las clases.
El hombre no puede tener un “Yo” permanente y único. Su “Yo” cambia tan rápidamente como sus pensamientos, sus sentimientos, sus humores, y comete él un error profundo cuando se considera siempre una sola y misma persona; en realidad, siempre es una persona diferente, nunca es el que era un momento antes.
Cada pensamiento, cada humor, cada deseo, cada sensación dice “Yo”. Y cada vez, parece tenerse por seguro que este “Yo” pertenece al Todo del hombre, al hombre entero.
El hombre no tiene un “Yo” individual. En su lugar, hay centenares y millares de pequeños “yoes” separados que la mayoría de las veces se ignoran, no mantienen ninguna relación, o, por el contrario, son hostiles unos a otros, exclusivos e incompatibles. A cada minuto, a cada momento, el hombre dice o piensa “Yo”. Y cada vez su “yo” es diferente. Hace un momento era un pensamiento, ahora es un deseo, luego una sensación, después otro pensamiento, y así sucesivamente, sin fin. El hombre es una pluralidad. Su nombre es legión. El calor, el sol, el buen tiempo, llaman inmediatamente a todo un grupo de “yoes”. El frío, la neblina, la lluvia, llaman a otro grupo de “yoes”, a otras asociaciones, a otros sentimientos, a otras acciones. El hombre no tiene individualidad. No tiene un gran “Yo” único. El hombre está dividido en una multitud de pequeños “yoes”.
Pero cada uno de ellos es capaz de llamarse a sí mismo con el nombre del Todo, de actuar en el nombre del Todo, de estar de acuerdo o de no estar de acuerdo con lo que otro “yo”, o el Todo, tendría que hacer. Esto explica por qué la gente toma decisiones con tanta frecuencia y tan pocas veces las cumple. Un hombre decide levantarse temprano a partir del día siguiente. Un “yo” o un grupo de “yoes” toma esta decisión. Pero levantarse es problema de otro “yo” que no está de acuerdo en absoluto, y que quizás ni siquiera ha sido puesto al corriente. Naturalmente, a la mañana siguiente el hombre seguirá durmiendo, y por la noche decidirá nuevamente levantarse temprano.
La tragedia del ser humano es que cualquier pequeño “yo” tenga el poder de firmar contratos y que luego sea el hombre, es decir, el Todo, quien deba enfrentarlos. Así, pasan vidas enteras cancelando deudas contraídas por pequeños “yoes” accidentales.
RECUERDOS
Memoria de espectador
Lo primero que vi de teatro creo que fue el grupo Catalinas. Yo vivía enfrente de la plaza Malvinas y ahí, en el anfiteatro de la plaza, es donde hacían las obras. Me acuerdo de una en la que actuaban unas ochenta personas que venían caminando y cantando desde muy lejos. Eran los padres y madres de mis compañeros de la primaria. Yo tenía unos seis, siete años. Había una actriz muy vieja que se llamaba Luba que siempre se olvidaba los textos y todos los chicos le íbamos soplando lo que tenía que decir. En un momento una actriz se lanzaba hacia atrás desde un lugar muy alto y varios del grupo la recibían con las manos. Me parecía increíble ese nivel de confianza.
A los diecisiete años fui al Rojas a ver una obra de Batato Barea, Urdapilleta y Tortonese. En el público había un hombre que estaba muy borracho y no paraba de hablar y de interrumpir. Urdapilleta dejó de actuar, lo llamó y el hombre subió al escenario. Urdapilleta le dijo al público: “¿Quieren un show porno?” y le bajó los pantalones dejándolo desnudo. Le agarró la pija y casi se la mete en la boca. El hombre pareció dejar de estar borracho, se levantó los pantalones y salió corriendo.
En 2023 estrené “Los tiempos”, una obra que reunía fragmentos de todas mis obras que juntos armaban una obra nueva.
Al principio la idea era hacer esto mismo pero con obras de otros. Armar una obra con pedazos de obras que había visto cuando empecé a hacer teatro y que me habían tocado-influido. Podía ser un momento de actuación que durara un minuto al lado del final de una obra y los primeros dos minutos de otra obra y así.
Me gustaba la idea de poner en escena lo que a uno le queda de una obra.
Acá comparto parte de la lista que había armado cuando estaba pensando en ese proyecto. La idea era convocar a cada uno de los directores y directoras que, a su vez, convocarían a los actores y actrices de las obras originales.
Una colección de fragmentos.
Dos personas diferentes dicen hace buen tiempo (1995), de Rafael Spregelburd y Andrea Garrote (una parte de la pelea del beso); Cámara Gesell (1994), de El Periférico de objetos; Muñeca (1994), de Ricardo Bartis; Cuerpos abanderados (1999) de Beatriz Catani (la escena en la que hacen pis); La desgracia (1996) del grupo La pista 4 (el comienzo); Todos contentos (1998), del grupo El descueve (Mayra Bonard embarazada, haciendo de chancho); El niño proletario (2001), por Luis Machín; Cercano Oriente (1997), de Omar Fantini, Alejandro Catalán y Luis Machín.
LO QUE VIENE
En junio, Paraíso estrena El trabajo, la nueva creación de Federico León. El trabajo pone en escena a un grupo de participantes de un taller en busca de una forma de experimentación radical. Matías, Marian y Dina aplican una serie de reglas, acuerdos, mandamientos y protocolos estrictos. Prácticas, autodisciplina y accidentes. Apego y desapego, penitencias y licencias. Atravesar pruebas temerarias sin medir las consecuencias, experimentos que no se sabe cómo o dónde van a concluir. Bajo un constante estado de disciplina y observación, el grupo se entrega a un trabajo de auto-transformación. En este laboratorio en los bordes de la teoría-práctica y la práctica-teórica los resultados son tan imprevisibles como brutales. El trabajo se inspira en los talleres que Federico León lleva adelante desde hace 15 años. El director se pone en escena para experimentar (en carne propia) su propia práctica docente.
Las funciones se realizarán los días 6, 7, 8, 14, 15, 20, 21, 22, 27, 28 y 29 de junio a las 20h en ZELAYA (Zelaya 3134, CABA).