Jimena Márquez es dramaturga, directora, murguista, letrista, puestista de carnaval y profesora de literatura. Todas estas prácticas no se pueden leer por separado en su obra, todo lo contrario, fundan el corazón de su práctica: una interdisciplina que combina la literatura con el carnaval, la murga con el ritmo de la poesía. Cuando vi su obra La sospechosa puntualidad de la casualidad, una comedia de pájaros que narraba en verso los amores y desamores de un urutaú, una lechuza, un murciélago, un ave del paraíso y una abubilla, sentí muy vivo ese cruce de lenguajes. Los actores pájaros estaban trepados a un árbol metálico que estaba en el centro de la escena, acompañados con una orquesta en vivo de flauta, piano y acordeón y cantaban y narraban la sospechosa casualidad que puede llevar al amor o a la soledad. Simple en el mito que narraba, compleja en su construcción, con una dramaturgia completamente innovadora, Márquez aparecía para mí como una de las voces más singulares del teatro latinoamericano contemporáneo.
El desmontaje es la obra de Márquez que presentamos en Paraíso Club y que inicia una apuesta muy grande a tender redes con nuestra región y con el mundo.
¿Qué es un desmontaje? Para los miembros de Paraíso Club, a esta altura éste término no debe ser ninguna novedad porque es una práctica que desde hace más de dos años llevamos a cabo mes a mes artistas y audiencia. Jimena Márquez se hace esa pregunta en la obra y dice que es una conferencia en la que se desmonta los procesos de construcción de una obra artística. Es decir: nos devela el procedimiento de construcción de su propia obra, así comienza. Asistimos a un desmontaje, vamos a desmenuzar los procesos de construcción de una obra. Pero, ¿cuál es la obra? Y ahí empieza esta aventura apasionante en la que una performer, directora y dramaturga, apoyada en una serie de entrevistas a los directores más importantes del teatro uruguayo, nos va a atrapar en lo que dure este acontecimiento.
Márquez comienza la obra hablando del mito de Dionisio, el Dios griego que dio origen a la disciplina que conocemos como Teatro. Dionisio era un Dios muy particular, un Dios “epidémico” como dice Jean Pierre Vernant. “Al igual que una enfermedad contagiosa, cuando irrumpe en algún lugar donde es desconocido, se impone nada más llegar y su culto se expande, igual que una marea” (Vernant). Vagabundo y estable al mismo tiempo, Dionisio era un Dios diferente dentro del panteón griego, un Dios próximo a los hombres que producía con sus fieles una relación cara a cara. Dionisio también descubrió el vino, fue el que se dio cuenta que de una uva podía nacer esa bebida sacra y profana a la vez.
El teatro empezó como un ritual religioso ofrecido a este Dios. El ritual pasaba por el cuerpo, contenía danza y canto y se acercaba mucho a un estado, podríamos decir, de "trance". Dentro del ritual, algunos cantaban y bailaban y otros observaban. Pero todos formaban parte del ritual. Era un ritual colectivo. Eso es lo que Óscar Cornago llama “el mito comunitario de la escena”.
Ahora, imaginemos el siguiente paso. Dentro del ritual, un día, un participante, se separó del conjunto y habló: ahí nace el primer actor de la historia. Tespis franqueó la membrana, rompió el conjunto con la separación de un actor (recordemos que en la Grecia Antigua a las mujeres no se les dejaba participar de la polis, menos actuar y esa restricción duraría muchos siglos más). En la separación del primer actor comienza la ilusión teatral.
Y aquí yace, también, el carácter ritualístico que el teatro tiene. Ese carácter de ritual, que también tiene un fuerte contenido social y que de alguna manera, a lo largo de la historia del teatro, dramaturgxs, directorxs y actorxs, van, siempre, a tratar de invocar. Y eso hace Jimena Márquez en El Desmontaje. El relato está construido bajo la forma de un policial, pero el enigma no persigue la pregunta de quién es el asesino, sino una pregunta más esencial para artistas y audiencia: ¿Qué es el teatro?
El teatro, como decíamos, empezó como un ritual comunitario que combinaba danza y canto y pasaba por el cuerpo de actorxs y espectadorxs. Se hacía al aire libre, a la intemperie, el sol, el viento, la lluvia, el vuelo o el canto de un pájaro alteraban la percepción, porque se espectaba no solo con la razón, sino, como dice Roland Barthes, con la piel, con una sensibilidad más orgánica que cerebral, que “acoge en todos los momentos del drama el misterio y la interrogación difusa que nacen del viento y de las estrellas. La naturaleza da al escenario la presencia de otro mundo, la somete a un cosmos que la roza con sus reflejos imprevistos. La inmersión del espectador en la compleja polifonía del aire libre (el sol que se esconde, un viento que se levanta, el vuelo de unos pájaros, ruidos de la ciudad, la frescura del aire) restituye al drama la singularidad milagrosa de un acontecimiento que ocurre por única vez” (Roland Barthes).
Pasaron los siglos y un día, ya con la burguesía como clase dominante, los teatros pasan a ser arquitecturas cerradas, con la platea separada del escenario, a oscuras y con la cuarta pared ya levantada. Hubo una separación. ¿Qué pasó?
Se lo preguntó Meyerhold y trató de dar unas respuestas, se lo preguntó Artaud y escribió ese hermoso manifiesto que es El Teatro y su doble, se lo preguntó Brecht y formuló una teoría del espectador que transformó la noción del teatro hasta el presente, lo llevó a la práctica Heiner Müller y el giro performático hizo bastante de lo suyo para tirar abajo la cuarta pared, restituir el lazo social entre actorxs y espectadorxs y devolver el orden físico a la forma de espectar. Esta es la trayectoria del teatro, hasta el teatro posdramático y lo que hoy se llaman las políticas del público.
Jimena Márquez recurre a su propia trayectoria teatral, que combina obra y vida, y la cruza con la trayectoria del teatro. Acude, como dice ella, a los procedimientos del Siglo XXI: “Estamos en el teatro del Siglo XXI, todo se trata de lo que nos pasó y esto se trata de lo que me pasó”, dice. La trayectoria de Dionisio se cruza con la trayectoria de Márquez. Los caminos de dos nómades, un Dios nómade que iba de acá para allá, una artista nómade de géneros que va del teatro posdramático a la murga y de la literatura al canto. Pasado y presente confluyen en la escena.
Como dice Bernardo Borkenstain, “A medida que se acumulan los datos, Márquez nos lleva a reflexiones sobre la esencia del teatro, de su propia carrera”, y de esa enorme pérdida que implicó la ruptura del ritual, ese momento en el que uno se separó del grupo y así nace el primer actor. A partir de ahí, una larga historia de distancia entre todxs. ¿Cómo nos volvemos a enlazar?, sería la pregunta de Jimena Márquez. Para eso, vean El desmontaje.