Un cuarto de siglo, no lo puedo creer.
Tengo 27 años, y de esos, 25 significan ni más ni menos que ya pasó un cuarto de siglo. Pienso en el 2050, ese número que se usaba para las predicciones distópicas y la completa desaparición de la vida en la tierra, que hace un momento estaba lejos y hoy está cerca.
Hace 10 años llegué a “la gran ciudad”, tenía 17, era un gordito puto y provinciano que se comía todas las “s”. Decía “los ojo”, usaba pronombres para algunas calles, “la Corriente”, “la Pueyrredón”. Una vez un amigo me frenó y me dijo “Mirá, llamalas como quieras, pero te van cagar los taxistas si hablás como provinciano”. Bueno, digo un amigo como una forma de decir, a ese pibe, no lo vi nunca más. Qué extraña insistencia la de la ciudad con borrar el pasado de los cuerpos, todo eso que el cuerpo carga, si al final lo que viene dentro siempre es un tesoro, incluso cuando está podrido. Qué difícil confiar en las cosas que no se pudren. Borrar, tachar, limpiar, volver terso, que aburrido lo terso, que síntoma de época absurdo.
Otro amigo, uno que sí es mi amigo, Ariel Osiris, el de nuestra obra “Cantata…” dice que todos llegamos esperando que “la vieja, gorda, puta de Buenos Aires nos dé algo, un empujón, una caricia, un beso, una caída, algo, no importa qué”. Dudo ser tan diferente a ese Jorgito de 17 años, ahora me dicen Jorja, sigo estando obsesionado con el tiempo, su paso, su optimización, su muerte.
Me es difícil no pensar en las cicatrices cuando hablo del tiempo, la de mi ceja derecha contra el borde de una mesa de chapa, en mi cachete las propias de la varicela, en mis costados las estrías que marcan cómo se agranda y achica mi panza, en mi pie izquierdo dos de operaciones por fracturas y en el derecho una del dedo gordo casi arrancado contra el pituto del portón de reja de la casa de mi amigo Nicolás (que aunque creo que nunca leerá esto, lo menciono en terapia todas las semanas), más algunas cicatrices que no llego a ver, otras que en este texto no puedo nombrar y tantas más que todavía no conozco. Derrida dice “no hay poema sin accidente, no hay poema que no se abra como una herida, pero también que no sea hiriente”.
Ariel tiene una teoría maravillosa sobre mi llegada, dice que los Soria me desterraron de la ciudad por impura, y que viajé desnuda arriba de un Ñandú 1100 km, desde la ciudad valletana con nombre del genocida con más monumentos y bustos de la nación, hasta la 9 de Julio, encarando para el centro antes de pasar de largo y llegar a la embajada de Francia. Que maravilloso poder imaginar, cuánto nos salva. Al final, recordar también es imaginar.
Hablar de la vida y la muerte es hablar del teatro, de esta performatividad constante que somos. Últimamente estoy obsesionado con el tiempo, con las cicatrices y con la muerte, con la porosidad de los cuerpos heridos, con les actuantes y performers mayores de 60, con el teatro documental y la posibilidad de ser un voyeur de recuerdos propios, ajenos y lejanos. Qué lindo desear fuerte, en voz alta, y por otro lado, qué miedo esta sensación vacua, inútil, casi ausente que nos propone el presente.
Una amiga que me hice el año pasado, un amor de amiga, me contaba que el director con el que trabaja, como dice ella “mi director”, Paco Giménez, le dijo que lo finito nos convoca a “durar o arder”. Arder sin duda, yo elijo arder.
Un cuarto de siglo, no lo puedo creer.
PARA LEER
Cuerpos para odiar de Claudia Rodriguez
Este libro es un verdadero tesoro para conocer a Claudia y su escritura. “Maere, es una sensación desoladora: saber que una desaparecerá de un mundo que persistirá igual de feliz sin nosotras.” Crudeza, ternura punzante, inteligencia y humor, todo junto en esta recopilación de sus textos. Mariana Enriquez, quien lo edita, titula al prólogo “Todas íbamos a ser reinas” como el poema de Gabriela Mistral. ¡Cuántas monstruas! Ojalá les guste tanto como a mí.
En defensa del arte del performance de Guillermo Gomez Peña
Conocí este texto por Julia Elena Sagaseta, y tuve la necesidad de compartirlo hasta el cansancio. Gomez-Peña sintetiza una cantidad de preguntas sin respuesta que nos trae la performatividad y la exposición del cuerpo. Pone además en palabras la necesidad inherente de entrar en el océano personal, para llegar a la esfera social y recibir todo aquello que vuelve de quien especta o es co-performer. Es un verdadero manifiesto en defensa de esta cosa porosa que llamamos performance, que significa todo y no significa nada, que conocemos tanto como desconocemos.
Twin Otter T-87 de Malen y Suyai Otaño
Este libro fue un regalo de Marina Otero que tardé más de un año en leer. Un diario de viaje sin rumbo, de una historia perdida, escribir y documentar la reconstrucción de un accidente repleto de detalles significativos. La historia de una familia inscripta en una geografía específica, la Patagonia. Marina no solo me regaló un libro, sino también los paisajes de mi infancia. Me fascina pensar que mientras Malen y Suyai escribían estos diarios, yo vacacionaba a pocos kilómetros de distancia.
PARA IR A VER
Astilla de Florencia Schrott y Ana Gurbanov
Una obra cruda y sensible de esta dupla de otro planeta. Un homenaje errático. Me hizo pensar que todos necesitamos ser homenajeados, todos necesitamos que la muerte se convierta en un festejo de Polka Paraguaya en vivo, sidra bien fría y recién abierta. Muchas veces conversamos de las mismas cosas con las mismas personas, quizás hay que hablar de otras cosas con otras personas, al final el otro siempre es una oportunidad, incluso cuando podríamos creer que no hay ningún punto en común.
La fuerza de gravedad de Martín Flores Cárdenas y Laura López Moyano
Desde que me senté hasta que terminó lloré chiquito, en silencio. Esta obra es un homenaje a la amistad, una tonelada de material sensible, escuchar a Laura López Moyano regalarnos su fragilidad como un diamante en bruto. La conquista del territorio cálido de la amistad. Posibilidades infinitas de sonreír melancólicamente y susurrar un grito. Vayan.
UNA ENTREVISTA
Franco Bifo Berardi por Jorge Fontevecchia
Bifo habla del fascismo de la impotencia, de una tragedia gigante, de la crueldad, del deseo, de la creación de nuevos valores, de la importancia del accionar de los feminismo en argentina y de tantas otras cosas. Lo que dice me inquieta y temo que me pueda quitar el sueño, sin embargo necesito abrir esas preguntas gigantes que hace, cualquier cosa que pueda decir para recomendarlo sobra. No, no es muy alentador, sin embargo me parece urgente de atender:
RECUERDOS
Que divina decadencia
Me es difícil no mezclar lo incapturable de la performatividad, con la idea del chisme, de aquello del recuerdo que se pierde con el tiempo y se mezcla con la fantasía. En 2007 con 9 años vi por primera vez una obra en Buenos Aires, mi madre me llevó al teatro Liceo a ver “Cabaret”, una versión del clásico de Fosse protagonizada por Karina K y Alejandro Paker, y dirigida por Ariel Del Mastro. Tengo el recuerdo de ver una Sally Bowles gigante e infinita, y la idea de que me agarre de los apoyabrazos en esa butaca de pullman durante dos horas sin respirar. Unos años después vi la peli original, y disfruté de las uñas verdes de Liza Minelli y su “divina decadencia”. Ya en la gran ciudad dirijo en el living de mi primer hogar porteño a Ricardo Talesnik, en un experimento de anécdotas varias donde contaba que en un cóctel para el estreno en Argentina de “All that Jazz” encontró a Fosse y le dijo “Hellow! I speak English like Tarzan!”. Fue un poco después cuando Ariel (sí el mismo Ariel de “Cantata…”, la Osiris) me contó el maravilloso mito de la rivalidad entre Nélida Lobato y Ambar La Fox, donde la Lobato hizo toples para llamar la atención del público y la prensa. Hace unos dias nada mas me encontré a Paker y otros del elenco de 2007 en un restaurant de Mar del Plata, yo había ido con Cristina Banegas y una de las chicas que cenaba con ellos se acercó para mostrarle que tenía tatuado una frase de ella: “Actuar como si fuera una venganza”. Quizás estas coincidencias no le importan a nadie, sin embargo se reinventan en mi recuerdo. Es como escribí antes: Al final, recordar es también imaginar.
LO QUE VIENE
En marzo, llega la primera obra internacional a la programación de Paraíso. En El desmontaje Jimena Márquez se coloca a sí misma en escena para desmontar la experiencia teatral más relevante de su vida: un híbrido entre conferencia, documental y obra que transita los límites de la actuación y la no actuación y reflexiona sobre las raíces del teatro y las cuestiona.
Jimena es una de las artistas más importantes de la escena uruguaya. Ha escrito más de 15 obras y ha representado a Uruguay en diversos festivales internacionales. Es una de las voces más singulares de Uruguay.