Una historia en construcción: Un abordaje a Atlas de un mundo imaginado, de Silvia Gómez Giusto y Aliana Alvarez Pacheco
Las artes performativas en occidente desde su origen en el teatro griego acontecen en un espacio físico delimitado: un teatro, una sala, un auditorio al aire libre, o un teatrito montado en una plaza que delimitaba un espacio. Esas paredes funcionan como una frontera entre ese ‘adentro’ y el afuera, es decir, el mundo real. Se cierra la puerta, se abre el telón, se apagan las luces, salen a escena lxs intérpretes y en ese mismo instante empieza el espacio-tiempo de la escena. No importa que la obra no sea una ficción, que hable directamente de lo que esté sucediendo en ese momento en esa ciudad, no importa que lxs intérpretes hablen en primera persona y con su nombre verdadero, no importa que se hable de la vida real: las paredes de la sala son un límite y un borde que concentra la atención ahí adentro. Se puede hablar del afuera, convocarlo, pero el afuera está del otro lado. Quedó allá, cruzando la puerta. De esta forma, lo que sucede adentro se protege de ese flujo incesante que es la coreografía imparable de la vida real.
Pero las artes performativas, en su pregunta incesante por el cuerpo, por el tiempo y por el espacio, necesitaron abrir esa frontera, así como en un momento necesitaron romper la cuarta pared y hablarle a lxs espectadores directamente a los ojos. Existe una larga tradición de obras performáticas que se sitúan por fuera del teatro. Son propuestas pensadas para determinados espacios, ya sea un espacio público o para espacios no convencionales, y que desarrollan su lenguaje a partir de las condiciones materiales, sociales y simbólicas del lugar en el que se inscriben. Nos sitúan y nos hacen ver el espacio real como escena. Algunas proponen recorridos; otras, acciones en puntos específicos, pero en todos los casos, el espacio deja de ser un simple fondo o contenedor, y se convierte en una dimensión activa que incide directamente en la experiencia. Cada espacio, con su ‘carácter relacional y abierto’ como sugiere la geógrafa británica Doreen Massey, que ‘siempre está en proceso de formación, en devenir, nunca acabado, nunca cerrado’ propone otro tipo de experiencias donde no existe esa convención de neutralidad construída, no hay una hoja en blanco. ‘El espacio no es una superficie neutra ni una escena vacía: es una zona de disrupciones, de multiplicidades, un entramado de trayectorias en simultáneo’. Y es a partir de este entramado que operan estas piezas, habilitándonos una distancia o una cercanía con aquello que por muy cerca o muy lejos, dejamos de notar.
Hay artistas que desarrollan toda su práctica en espacios públicos, experiencias situadas o acciones en espacios no convencionales (donde la convención sería precisamente la sala del teatro). Eleonora Fabião es quizás uno de los ejemplos más radicales. En su performance ‘Converso sobre cualquier asunto’ (2008), la artista brasileña se sienta en el espacio público con un cartel escrito con la frase que da título a la obra. Ese cartel y una silla vacía enfrente de la suya, invitan a lxs transeúntes a tener una conversación con ella. Esta performance se realizó en parques y espacios de mucha circulación de personas donde esa invitación contrastaba con la vorágine y el ritmo urbano. Sin embargo, muchas personas decidían sentarse y conversar. Ese espacio de escucha y de tiempo para el encuentro revelaba la necesidad de esa proximidad que el ritmo demandante del día a día parece negarnos. La artista abría esa hendija de lo posible proponiendo una pausa para encontrarse con unx otrx desconocidx con quien compartir un rato de intimidad.
El colectivo alemán Rimini Protokoll, es otro grupo que lleva varios años realizando piezas performáticas participativas y de recorridos. En Remote X (2013) propone recorridos urbanos en donde un grupo de unas 50 personas participantes con auriculares siguen instrucciones que los vuelven parte de una coreografía colectiva. Una voz similar a la de los GPS les guía y les lleva a lxs participantes a tomar decisiones individuales mientras permanecen como grupo. La obra plantea preguntas sobre la toma de decisiones (individuales y colectivas), sobre la inteligencia artificial, los algoritmos y la predictibilidad.
Otro ejemplo diferente, es la obra Corbeaux (Cuervos) (2014) de la coreógrafa franco-marroquí Bouchra Ouizguen. En esta obra no se lleva a la gente ni se la interpela personalmente sino que se la convoca por medio de una ocupación brutal del espacio público. Un grupo de unas trece mujeres de distintas edades ocupan (por ejemplo) el andén de una estación de tren en pleno día en el centro de Marruecos. Vestidas de negro con un pañuelo blanco atado en la cabeza, permanecen paradas, balanceando su cabeza atrás y adelante mientras gritan rítmicamente. El sonido y el movimiento sostenidos se combinan y transforman mientras el público comienza a reunirse alrededor en círculo, sorprendidxs e hipnotizadxs por este acontecimiento intempestivo que captura la atención de lxs transeúntes. La acción evoca los efectos de las prácticas rituales de trance de la región de Marruecos. Los gritos interrumpen la ‘normalidad’ con simpleza y contundencia y el acontecimiento se vuelve congregación desestabilizante de afectos y cuerpos.
Estas propuestas no solo se desarrollan en espacios urbanos, sino que se construyen desde ellos: tomando en cuenta su historia, sus usos, y su dimensión social.
Atlas de un mundo imaginado es la tercera colaboración de Silvia Gómez Giusto y Aliana Alvarez Pacheco, y parte de este movimiento que traslada lo escénico al espacio público, desdibujando los límites entre la ficción y la realidad, la obra y la ciudad, performers y transeúntes. Lxs espectadorxs dejan de lado la quietud de la butaca silenciosa y a oscuras para recorrer espacios habitados por muchxs otrxs. La realidad y la ficción se cruzan, se enredan, se contaminan. La primera de esta serie de colaboraciones fue el proyecto Ciudades en Escena. Un proyecto inspirado en el trabajo que Silvia Gómez Giusto venía haciendo en el Festival de Teatro Vicente López en Escena, donde invitaba a lxs artistas a llevar sus trabajos al espacio público: una estación de tren, una calle, una plaza, una librería. Por su lado, Aliana Alvarez Pacheco había creado junto a Florencia Lavalle la obra Jardín Sonoro -presentada en Paraíso en enero del año pasado-, en el que convocaban a distintas dramaturgas a escribir textos para ser escuchados en el Jardín Botánico de la ciudad de Buenos Aires. Lxs espectadorxs recorrían el lugar, con la voz de la ficción poblando ese espacio tomado por plantas traídas de distintas partes del mundo. Con ese interés de ambas por tomar el espacio público, surge el primer trabajo de esta dupla. Invitadas para trabajar sobre las Casas del Bicentenario en distintos puntos del país, Silvia y Aliana empezaron un trabajo de intercambio largo y sostenido con miembrxs de cada comunidad para pensar juntxs qué podrían hacer para acercar a la población a esos sitios patrimoniales y a las historias que los atravesaban. Se sucedieron varios viajes, encuentros online y ensayos en las calles para montar una obra/recorrido con personas de cada una de las ciudades que ponían en escena asuntos importantes para esa gente, llevando su identidad a esas piezas. El procedimiento se realizó en Las Varillas (Córdoba), San Vicente (Misiones) y Tafí del Valle (Tucumán).

En 2023 estrenaron en el marco de Paraíso Club, Un paisaje para mí, en esta ocasión el recorrido sucedía dentro del Museo Nacional de Bellas Artes y sus alrededores. No había actorxs, la voz de Pilar Gamboa era la guía, que por medio de unos auriculares que cada espectadorx/participante del recorrido llevaba, ofrecía un punto de vista personal y sensible sobre los espacios de alrededor del museo y de algunas obras de la colección permanente. La obra unía una historia personal con un territorio particular de la ciudad que lxs espectadores atravesaban, al mismo tiempo que dialogaba con obras de la colección del museo que nos transportaban a otros espacios/tiempos. En ese tiempo presente compartido, confluían distintas historias, objetos, lugares y cuerpos, igual que sucede en cada momento de nuestras vidas sin que lo notemos.
En Atlas de un mundo imaginado, las artistas vuelven a la calle. Esta vez nos llevan a una ‘isla metafórica’ la Isla de la Paternal. No se trata de una isla geográfica, pero quizás sí una isla ficcional. Allí se encuentra Casa Gómez, un espacio de arte que lleva adelante Silvia Gómez Giusto junto a su hermana Cristina Gomez Giusto, referente en Derechos Humanos, y que funciona como punto de partida para este recorrido. Un tiempo en un lugar. Como dice el investigador español Oscar Cornago ‘El tiempo de un espacio como lugar que está aconteciendo, un tiempo disperso y a disposición, que sucede como resultado de una cantidad incierta de cruces, ocasiones y causalidades, donde el sujeto es solo un elemento más, una posibilidad de apropiación de algo que ya estaba ahí y de lo que se participa modificándolo.’ De esta manera, Atlas, nos invita a dar un paseo por un barrio de casas bajas, talleres mecánicos, fábricas, talleres de artistas. Un barrio que todavía se resiste a la gentrificación. Entre parques, y edificios públicos que ya no están o que están a punto de desaparecer, somos guiadxs por las actrices que nos revelan una serie de relatos que entremezclan lo íntimo con lo público. Laura Nevole y Vanesa Weinberg ponen el cuerpo a dos hermanas nacidas y criadas en ese mismo barrio de la Paternal, en dos momentos distintos de su vida. Una de ellas vivió toda su vida en esa ‘isla’. La otra, decidió dejar ese lugar y viajar por el mundo, recorriendo islas de manera casi obsesiva. A lo largo del recorrido, se nos revela la historia de ellas dos, atravesada por la historia misma de los lugares por los que pasamos. Cada esquina guarda múltiples historias. Las performers Camila Blander y Valentina Werenkraut nos acompañan, por momentos se confunden entre el público, por momentos con personas que pasan por la calle, sus cuerpos ocupan cada lugar con acciones pequeñas que a modo de flashback insinúan otro tiempo de las vidas que nos están siendo narradas y de ese barrio. La historia, como el espacio, nos muestran ese carácter relacional y abierto del que nos habla Doreen Massey, y que por lo tanto ‘siempre están en proceso de formación, en devenir, nunca acabados, nunca cerrados’.
En Atlas de un mundo imaginado, lxs espectadorxs se convierten en caminantes, observadorxs activos, y visitantes de un paisaje urbano que se ve alterado por la percepción sensible que propone la experiencia de la obra. En una ciudad donde la especulación inmobiliaria y la gentrificación avanzan al ritmo del mercado y no de las necesidades de la población y los afectos de sus historias, esta obra nos entrama con un barrio de casas bajas que todavía resiste a las torres y a la estética globalizada. Quizás pueda ser un ritual que nos haga ver otra vez, el valor de lo que ahí reside. Y lo que nos toca proteger.
‘Si el arte es un modo de pensar haciendo, considerar la actividad artística como una forma de habitación/ocupación supone entender esta producción de pensamiento como resultado de una manera de hacer con lo otro y los otros. El conocimiento recupera así la dimensión colectiva y pública que siempre tuvo.’
Oscar Cornago